EL ABANDONO ES EL FRUTO DELICIOSO DEL AMOR

En la tierra hay un árbol
Prodigioso oh! misterio
sus raíces se encuentran,
profundas en los cielos
Jamás bajo su sombra
se pueden sufrir males;
seguro se reposa,
sin miedo a tempestades.

"Amor" se denomina
Ese árbol inefable,
Y el "abandono" es
su fruto deleitable.

Tal fruto en esta vida
me da la bienandanza,
a mi alma regocija
su divina fragancia.

Cuando toco este fruto,
me parece un tesoro;
y, gustado en la boca,
resulta aún mas sabroso.

Él me abre en este mundo
un océano de paz,
y en esta paz profunda
es siempre mi vagar…

Me lanza el abandono
a tus brazos Jesús
solo él me hace vivir
allá en el cielo azul.

A ti yo me abandono,
oh, mi Esposo divino;
y ya solo ambiciono
tu mirar peregrino.

Durmiéndome en tu pecho,
te quiero sonreír;
y que "¡Te amo, Señor!"
por siempre repetir.
Como la margarita
de cáliz amarillo,
yo, humilde florecita,
siempre hacia el sol me inclino.
Oh! admirable Rey,
y de mi vida Sol,
es tu divina hostia
pequeña como yo….

De su celeste llama
el rayo luminoso
hace nacer en mi alma
el perfecto abandono.

Todas las criaturas
pueden abandonarme,
yo intentaré sin quejas
junto a ti resignarme.

Si tú me abandonases,
sin tus dulces caricias,
mi divino Tesoro,
aún te sonreiría.

En paz quiero esperar
tu vuelta, mi Señor,
sin suspender jamás
mis cánticos de amor.

Nada, nada me inquieta,
Nada puede turbarme,
Mas alto que la alondra
Mi alma sabe elevarse.

Más allá de las nubes
siempre es azul el cielo,
y se tocan las playas
donde Dios tiene el Reino.

Yo espero en paz la gloria
de la eterna Mansión,
¡ pues tengo en el sagrario
el Fruto del amor!

el abandono

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Comunicar el Evangelio


Entre personas, «comunicar» no quiere decir «pasar» un mensaje como se pasa un paquete, o transmitirlo como se transmite el impulso eléctrico. Comunicar es acción de poner, más aún, ponerse en comunión: unirse con otros en aquello de lo que se participa.

La comunicación es acción que une. Por eso afecta al que comunica (puede hacerlo con alegría y esperanza o con miedo y preocupación) y al que recibe esa comunicación, que tiene su dignidad y libertad. Comunicar es algo más que informar asépticamente (si es que esto es posible). Significa inaugurar una realidad en la vida personal y social de otros. La comunicación implica siempre interpretación, pero debe oponerse al engaño y a la manipulación. Busca servir a la verdad con los medios que el comunicador dispone, a partir de su buen entender y hacer, en un esfuerzo frecuentemente innovador y en ocasiones arriesgado.

Evangelio quiere decir «buena noticia». En perspectiva cristiana, la buena noticia de un Dios —el único Dios vivo y verdadero— que se manifestó en Jesús de Nazaret como el Dios del amor y de la vida, que dialogó con las personas de su tierra y de su tiempo, a la vez que les abrió horizontes insospechados de una vida plena de sentido. Dios mismo, comunicador por excelencia, quiere seguir extendiendo el Evangelio. Un conocimiento que, como ha escrito Benedicto XVI, cambia la vida en dirección a la plenitud y la alegría. Ahora bien, ¿comunicamos el Evangelio?

Dios, al manifestarse a los hombres, lo hace afirmando la dignidad, la libertad, las circunstancias de cada persona en su contexto social. La Buena noticia del Evangelio debe comunicarse a cada persona teniendo en cuenta cómo es y como vive, con sus anhelos y preocupaciones.

Comunicar el Evangelio no es tarea exclusiva de los pastores de la Iglesia, ni sólo de los profesionales de las publicaciones o los medios de comunicación de contenido religioso. Es tarea de todo cristiano, que puede y debe realizar continuamente cada día, tomando ocasión del trabajo, de las relaciones familiares y sociales. Quien está convencido de que tiene lo mejor, aspira a comunicarlo, comenzando por las personas que más aprecia. No se lo plantea como un añadido artificial o una enojosa obligación, sino que surge naturalmente, porque el bien, decían los clásicos, es difusivo «de suyo». Sin embargo, en la práctica, necesita el impulso de la oración y de los sacramentos, para seguir recibiendo esa luz y esa vida que no viene de uno mismo, pero que transforma la propia existencia y clama por hacerse Vida en otros. Sólo así, en palabras de Benedicto XVI, se puede «abrir el corazón y el mundo a Dios».

Abrirse a Dios es encontrar en Él el amor que es capaz de hacer nuevas todas las cosas. Una alegría que pide abrirse a los demás, comenzando por los que están cerca (la propia familia, los amigos, los vecinos y conciudadanos): llevar la luz y el bien a cualquier persona hasta el último rincón del mundo, cada cristiano en y desde el rincón que ocupa. Y lo hace, como lo plantea el Evangelio, que es creativo y exigente, sin olvidar que también es yugo suave y carga ligera para quien va con Cristo. Como les dijo el Papa a los jóvenes en Sydney, la vida cristiana no se compagina con el culto a los ídolos (como la codicia, el amor posesivo y la explotación de la tierra), las respuestas parciales y el conformismo.

Al mismo tiempo, comunicar el Evangelio —involucrarse en el apostolado cristiano— implica una preocupación especial, prioritaria, por el bien material y espiritual de los más pobres y necesitados, desde los no nacidos hasta los ancianos y enfermos, los débiles, los oprimidos y los marginados, aunque nos saque de nuestros planes o de nuestra comodidad. Y donde no hay esa preocupación, se puede decir que falta algo muy importante, esencial al Evangelio.

En definitiva, comunicar el Evangelio es un gustoso y urgente deber de los cristianos. La mayoría de las veces se lleva a cabo sencillamente, a través de la amistad. Y lo que se comunica es la propia experiencia de la vida con Cristo. Se ofrece sinceramente como diálogo, porque el Evangelio sólo se puede comunicar en la disposición a aprender y enriquecerse con las aportaciones válidas de los demás. Se apoya en la convicción de que la fe cristiana tiene capacidad para configurar y renovar la existencia de las personas y las comunidades. Es una propuesta vital (testimonio y palabra), abierta a la verdad más profunda de las personas: su dignidad de hijos de Dios. Es una propuesta capaz de explicar «las razones» de la esperanza (lo que requiere una formación constante y adecuada a las propias circunstancias). Una propuesta que vive de la Eucaristía (especialmente de la misa del domingo) y se autentifica cada día en el servicio a todos, combatiendo la injusticia, dentro y fuera de uno mismo.

Eduardo Meana

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El fuego que llevamos dentro...


El fuego es una de las imágenes más bellas. Un fuego emite luz y calor; consume y quema. Muy pocas cosas en la vida pueden cautivar tanto nuestra atención como las sencillas llamas del fuego.
cuando una persona hace fuego empieza colocando cuidadosamente la madera y asegurándose de que está seca. Este cuadro del fuego trae a colación otra realidad oculta a la vista, no menos hermosa y excelsa, imposible de tocar y misteriosa, que puede llegar a arder más que las mismas llamas del fuego. Ese otro fuego es la vocación específica de cada persona.
Cuando Dios crea a un hombre, pone un fuego en su alma. Todas las cualidades que nosotros atribuimos a un fuego las podemos usar para entender bien y apreciar mejor la realidad de una vocación.
La vocación es algo sumamente hermoso. En el primer libro de Jeremías leemos la palabra de Dios a su profeta: «Antes de que te formará en el seno materno te conocí y antes de que nacieras te consagré». De todas las imágenes de nuestra relación con Dios, pocas son más llamativas que la realidad de que Dios nos ha conocido y tiene un plan para cada uno. Antes de que naciéramos Él empezó a hacer en nosotros un fuego.
Una vocación es hermosa porque es un camino específico dado por Dios para encontrarlo. Es un camino a la felicidad personal. En la vocación particular todo hombre y mujer halla la plenitud de vida que le hace verdadero ser humano. Nosotros, además, estamos llamados a la vocación de la santidad. En la Iglesia sus miembros están llamados a adquirir la santidad fortalecida por tantos y grandes medios de salvación, aunque todo el creyente, en su propia condición o estado, está también convocado por el Señor a la perfección de santidad porque quien llama es «Él, el Padre perfecto».
Una vocación es una fuente de luz. Desde el principio del tiempo el ser humano ha buscado entender el propósito de su misión en la vida: ¿quién soy yo?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy? La luz que recibimos al encontrar nuestra vocación, nuestra misión en esta vida, es una respuesta a todos esos interrogantes. La vocación define a un hombre, le resuelve la pregunta acerca de quién y qué debe hacer: profesor, sacerdote, doctor, madre, padre Cuando el ser humano entiende la realidad de su vocación, todos los otros cuestionamientos se le resuelven. La vocación es la respuesta al origen y propósito de vida de cada uno. «Me has creado para Ti y mi corazón está inquieto hasta que descanse en Ti». En otras palabras, cuando uno se realiza en su vocación, se está en la plenitud de la luz. Se puede ver claramente el camino que Dios nos ha puesto delante, dónde empieza y a dónde va.
Una vocación también emite calor, se funde en el culmen radiante del amor. Y es que la vocación más fundamental para todos es la de amarse: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo les he amado». Fuera del amor el hombre es incomprensible. Cada vocación es especial: la vida matrimonial, la vida consagrada: son significaciones del amor de Dios irradiado en el mundo.
Una vocación consume y quema. El Evangelio está lleno de paradojas. Nos dice que aquellos que se lamentan serán exaltados; que los que lloran, reirán y que aquellos que deseen encontrar su vida deben perderla. Toda vocación es seguida por un sacrificio. Pero ese sacrificio, ese yugo de Dios «es su testamento que nosotros aceptamos. Y este testamento no es pesado porque no oprime ni nos quita nuestra libertad». Su testamento nos sirve para conocer el camino de nuestra existencia; por eso es también nuestra alegría: no nos aliena, nos purifica incluso cuando esto puede ser doloroso, pero nos lleva más allá de nosotros mismos. Responder a la llamada de Dios es dejar nuestros propios planes y ambiciones de lado; lo que solemos pensar que nos hará felices. Todo para que encontremos la verdadera felicidad en Dios.
Una vocación es cautivadora. Nuestra sociedad tiene sed de héroes. La muerte de Juan Pablo II nos lo demostró. Las personas buscan modelos para emularlos. Los hombres y mujeres sinceros buscan vivir lo que esos héroes profesan y no se asustan en proclamarlo a otros. En Juan Pablo II millones de seres humanos vieron a un héroe. El vivió su vocación como cristiano y como sacerdote plenamente. Él fue una «luz que brilló en la oscuridad»; cautivó porque su llama iluminó como una lámpara la gran casa del mundo.
Es propio del hombre buscar el significado de su vida. Tiene hambre por resolver los planteamientos fundamentales de su existencia y necesita una luz para guiarse en este empeño. Sólo con la ayuda de Dios los anhelos del hombre quedan satisfechos. Por eso es importante que cada hombre y mujer descubran el camino al que Dios les ha llamado y cultiven así el fuego de su vocación.

Al amor mas sincero


"¡ La ciencia del amor!¡ Sí, estas palabras resuenan dulcemente en los oídos de mi alma! No deseo otra ciencia. Después de haber dado por ella todas mis riquezas, me parece, como a la esposa del Cantar de los Cantares, que no he dado nada todavía...Comprendo tan bien que, fuera del amor, no hay nada que pueda hacernos gratos a Dios, que ese amor es el único bien que ambiciono" (Teresa de Lisieux)

Cultivar la semilla de la vocación


Homilía de S.S. Juan Pablo II en la Misa celebrada en el Seminario romano.
15 de junio de 1997

1. «El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra» (Mc 4, 26). La palabra «seminario» hace referencia a estas palabras de Cristo. El término latino seminarium proviene de semen, la semilla. Jesús, a propósito de la semilla arrojada a la tierra, dice que brota y crece, tanto cuando el hombre vela como cuando duerme: brota y crece de noche y de día. «La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano» (Mc 4, 28).

La analogía con la vocación sacerdotal se impone por sí misma. Es como la semilla de Dios, arrojada en la tierra del alma humana, que crece con una dinámica propia. Pero la semilla, para que crezca, debe ser cultivada. El hombre debe sembrar, y también velar para que se desarrolle la semilla: Es preciso impedir que las fuerzas contrarias, personas malignas o calamidades naturales, destruyan las plantitas que están creciendo. Y cuando han madurado, el hombre debe tomar la hoz, como afirma Cristo, pues el campo está listo para la siega (cf. Mc 4, 29).

En otra circunstancia Jesús afirma: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 37-38). También estas palabras hacen referencia al seminario, lugar donde se forman los obreros para la gran mies del reino de Dios, que se extiende a todos los países y continentes. Es conveniente que, al final del curso volvamos a escuchar hoy esta parábola de Cristo.

2. El Evangelio que acabamos de proclamar presenta también otra comparación, importante para vosotros que estáis a punto de concluir el año de formación en el seminario. Cristo pregunta: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos?» (Mc 4, 30). Y responde: «Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después, brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas» (Mc 4, 31-32).

Son palabras que hacen referencia al libro de Ezequiel, del que está tomada la primera lectura. Los dos textos hablan de lo mismo: el desarrollo del reino de Dios en la historia del mundo. Y, según otra analogía, hablan también del desarrollo de la vocación sacerdotal en cada alma juvenil. Precisamente esta es la misión del seminario. Al final del año seminarístico, tenemos ocasión de analizar el gran trabajo realizado en estos meses por el Espíritu Santo en el alma de cada uno de los llamados.

Muchos, comenzando por los interesados, han colaborado con el Espíritu Santo, para que la semilla divina de la vocación pudiera madurar, favoreciendo el crecimiento del reino de Dios en el mundo. De este modo la Iglesia se consolida en el mundo, a semejanza del gran árbol de la parábola, cuyas ramas dan abrigo a las aves del cielo y al hombre cansado.

Esta parábola nos invita a considerar el trabajo anual del Seminario romano en la perspectiva misionera del crecimiento de ese árbol divino, que se desarrolla y se extiende progresivamente hasta abarcar a todos los países del mundo. Desde este punto de vista, el seminario de Roma desempeña un papel muy significativo, pues Roma, sede del Sucesor de Pedro, es el centro propulsor de la acción misionera en todos los lugares del mundo.

3. También san Pablo, en la lectura tomada de la carta a los Corintios, que acabamos de proclamar, nos brinda la oportunidad de ahondar en el tema de la formación sacerdotal. El Apóstol escribe: «Caminamos en la fe y no en la visión...» (2 Co 5, 7). Y añade: «Estamos llenos de buen ánimo y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor» (2 Co 5, 8). ¿Qué es la formación en el seminario, la instrucción y la educación que en él se reciben, sino una introducción a las virtudes teologales, que constituyen el fundamento de la vida cristiana y, en particular, de la vida sacerdotal? La mayor de ellas es la caridad (cf. 1 Co 13, 13). ¿No alude a la caridad el Apóstol, cuando dice: «Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos por agradarle»? (2 Co 5, 9).

Al final del año académico, el Apóstol parece plantearos a cada uno de vosotros, queridos jóvenes, estas preguntas: ¿Cuánto ha contribuido este año al desarrollo de la fe, la esperanza y la caridad? ¿Cuánto ha contribuido a la profundización de los dones del Espíritu Santo, la sabiduría, la inteligencia, el consejo, la fortaleza, la ciencia, la piedad y el amor de Dios? ¿Cuánto ha arraigado este organismo divino en nuestro organismo espiritual, en las fuerzas cognoscitivas del entendimiento y en las aspiraciones de nuestra voluntad?

«Porque todos tendréis que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho mientras teníamos este cuerpo» (2 Co 5, 10). El examen de conciencia de cada día y de cada año debe realizarse en esta perspectiva escatológica. Es preciso pedir perdón por todas nuestras negligencias, pero sobre todo es necesario dar gracias. A esto nos invita también la liturgia de hoy con las palabras del Salmo: «Es bueno dar gracias al Señor y cantar para tu nombre, oh Altísimo» (Sal 92, 2). Cantar y dar gracias por todo lo que, con la gracia de Dios y nuestra colaboración, ha sido fruto de este año de seminario.

Hoy nos encontramos en la colina del Vaticano, en la gruta de la Virgen de Lourdes. Resuenan en nuestro espíritu las palabras del Salmo:

«El justo crecerá como palmera, se alzará como cedro del Líbano: plantado en la casa del Señor, crecerá en los atrios de nuestro Dios» (Sal 92, 13-14).

Ojalá que estos versículos nos ayuden a meditar en nuestra vocación al servicio del Evangelio.

Que nos acompañen y nos sirvan de apoyo los santos apóstoles Pedro y Pablo, y todos los santos y beatos de la Iglesia que está en Roma, luminosos ejemplos que nos han precedido en el camino del seguimiento fiel de Cristo, en el esfuerzo diario por construir el reino de Dios.

Sagrado Corazon en vos Confio!


CORAZÓN DE JESÚS, DÉJAME FUNDIRME EN TI
Javier Albisu s.j
Déjame fundir mi historia en tu Corazón
Con toda su carga de debilidad,
y entregar a tu misericordia lo que tu amor dejó atrás.
Déjame fundir mis ojos en tu Corazón
hasta mirar reconciliado mi propia realidad.
Déjame fundir mis oídos en tu Corazón
hasta escuchar lo que jamás imaginaron
que podías y querías pronunciar:
“Yo te perdono; quédate en paz”.
Déjame fundir mi boca en tu Corazón
hasta aprender en el silencio a decir: “abbá”.
Déjame fundir mi rostro en tu Corazón,
hasta encontrar hecho niño el asombro,
con que un día me acercaba hasta tu altar.
Y si ves que a las puertas de fundirme,
mi miedo me detiene y te dice: “¡Basta ya!”,
que tu mano en mi cabeza, me responda:
“Tan sólo, déjate amar”.

Dejarse Acompañar...


En las calles de la vida suele siempre caminar,
tocando de puerta en puerta mendigando ese pan,
no le importa el desprecio su mision ha de triunfar,
y auqnue tiene muchos años por vencido no se da.
El cansancio no es obstaculo ama a todos por igual
no le teme a la distancia ni tampco al que diran
comparte con pecadores su vino y su pan
es dueño del universo, ley de toda humanidad
CAMINANTE DEL TIEMPO ENSEÑAME A VOLAR
CON LA FUERZA DEL VIENTO Y EL IMPETU DEL MAR,
A ENCONTRAR TU CAMINO EN CADA DESPERTAR,
CAMINANTE DEL TIEMPO QUIERO CAMINAR
El consuela al afligido regala bien por mal,
perdona al arrepentido y al sincero trae paz
Lo llaman el Maestro, la sabiduria da,
al que todo se lo entrega sin nada que esperar.
Si algun dia te lo encuentras no lo dejes escapar,
pues si quieres vida eterna solo El la puede dar
y si ya tú lo conoces ama mucho su amistad
Jesus es El amigo que nunca fallara.

Oracion de un joven valiente...


Hoy, Señor, me presento ante ti con todo lo que soy y lo que tengo. Acudo a ti como persona sedienta, necesitada... porque sé que en ti encontraré respuesta. Siento que no puedo vivir con la duda todo el tiempo y que se acerca el momento de tomar una decisión.Deseo ponerme ante ti con un corazón abierto como el de María, con los ojos fijos en ti esperando que me dirijas tu Palabra. Deseo ponerme ante ti como Abraham, con el corazón lleno de tu esperanza, poniendo mi vida en tus manos. Deseo ponerme ante ti como Samuel, con los oídos y el corazón dispuestos a escuchar tu voluntad.Aquí me tienes, Señor, con un deseo profundo de conocer tus designios. Quisiera tener la seguridad de saber lo que me pides en este momento; quisiera que me hablases claramente, como a Samuel. Muchas veces vivo en la eterna duda. Vivo entre dos fuerzas opuestas que me provocan indecisión y en medio de todo no acabo de ver claro.Sácame, Señor, de esta confusión en que vivo. Quiero saber con certeza el camino que tengo que seguir. Quiero entrar dentro de mí mismo y encontrar la fuerza suficiente para darte una respuesta sin excusas, sin pretextos. Quiero perder tantos miedos que me impiden ver claroel proyecto de vida que puedas tener sobre mí.¿Qué quieres de mí, Señor? ¡Respóndeme! ¿Quieres que sea un discípulo tuyo para anunciarte en medio de este mundo? Señor, ¿qué esperas de mí? ¿por qué yo y no otro? ¿Cómo tener la seguridad de que es este mi camino y no otro?En medio de este enjambre de dudas quiero que sepas, Señor, que haré lo que me pidas. Si me quieres para anunciar tu Reino, cuenta conmigo, Señor. Si necesitas mi colaboración para llevar a todas las personas con las que me encuentre hacia ti, cuenta conmigo, Señor.Si me llamas a ser testigo tuyo de una forma más radical como consagrado en medio de los hombres, cuenta conmigo, Señor. Y si estás con deseos de dirigir tu Palabra a mi oídos y a mi corazón, habla, Señor, que tu siervo escucha.