Eduardo Meana

Boomp3.com

El fuego que llevamos dentro...


El fuego es una de las imágenes más bellas. Un fuego emite luz y calor; consume y quema. Muy pocas cosas en la vida pueden cautivar tanto nuestra atención como las sencillas llamas del fuego.
cuando una persona hace fuego empieza colocando cuidadosamente la madera y asegurándose de que está seca. Este cuadro del fuego trae a colación otra realidad oculta a la vista, no menos hermosa y excelsa, imposible de tocar y misteriosa, que puede llegar a arder más que las mismas llamas del fuego. Ese otro fuego es la vocación específica de cada persona.
Cuando Dios crea a un hombre, pone un fuego en su alma. Todas las cualidades que nosotros atribuimos a un fuego las podemos usar para entender bien y apreciar mejor la realidad de una vocación.
La vocación es algo sumamente hermoso. En el primer libro de Jeremías leemos la palabra de Dios a su profeta: «Antes de que te formará en el seno materno te conocí y antes de que nacieras te consagré». De todas las imágenes de nuestra relación con Dios, pocas son más llamativas que la realidad de que Dios nos ha conocido y tiene un plan para cada uno. Antes de que naciéramos Él empezó a hacer en nosotros un fuego.
Una vocación es hermosa porque es un camino específico dado por Dios para encontrarlo. Es un camino a la felicidad personal. En la vocación particular todo hombre y mujer halla la plenitud de vida que le hace verdadero ser humano. Nosotros, además, estamos llamados a la vocación de la santidad. En la Iglesia sus miembros están llamados a adquirir la santidad fortalecida por tantos y grandes medios de salvación, aunque todo el creyente, en su propia condición o estado, está también convocado por el Señor a la perfección de santidad porque quien llama es «Él, el Padre perfecto».
Una vocación es una fuente de luz. Desde el principio del tiempo el ser humano ha buscado entender el propósito de su misión en la vida: ¿quién soy yo?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy? La luz que recibimos al encontrar nuestra vocación, nuestra misión en esta vida, es una respuesta a todos esos interrogantes. La vocación define a un hombre, le resuelve la pregunta acerca de quién y qué debe hacer: profesor, sacerdote, doctor, madre, padre Cuando el ser humano entiende la realidad de su vocación, todos los otros cuestionamientos se le resuelven. La vocación es la respuesta al origen y propósito de vida de cada uno. «Me has creado para Ti y mi corazón está inquieto hasta que descanse en Ti». En otras palabras, cuando uno se realiza en su vocación, se está en la plenitud de la luz. Se puede ver claramente el camino que Dios nos ha puesto delante, dónde empieza y a dónde va.
Una vocación también emite calor, se funde en el culmen radiante del amor. Y es que la vocación más fundamental para todos es la de amarse: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo les he amado». Fuera del amor el hombre es incomprensible. Cada vocación es especial: la vida matrimonial, la vida consagrada: son significaciones del amor de Dios irradiado en el mundo.
Una vocación consume y quema. El Evangelio está lleno de paradojas. Nos dice que aquellos que se lamentan serán exaltados; que los que lloran, reirán y que aquellos que deseen encontrar su vida deben perderla. Toda vocación es seguida por un sacrificio. Pero ese sacrificio, ese yugo de Dios «es su testamento que nosotros aceptamos. Y este testamento no es pesado porque no oprime ni nos quita nuestra libertad». Su testamento nos sirve para conocer el camino de nuestra existencia; por eso es también nuestra alegría: no nos aliena, nos purifica incluso cuando esto puede ser doloroso, pero nos lleva más allá de nosotros mismos. Responder a la llamada de Dios es dejar nuestros propios planes y ambiciones de lado; lo que solemos pensar que nos hará felices. Todo para que encontremos la verdadera felicidad en Dios.
Una vocación es cautivadora. Nuestra sociedad tiene sed de héroes. La muerte de Juan Pablo II nos lo demostró. Las personas buscan modelos para emularlos. Los hombres y mujeres sinceros buscan vivir lo que esos héroes profesan y no se asustan en proclamarlo a otros. En Juan Pablo II millones de seres humanos vieron a un héroe. El vivió su vocación como cristiano y como sacerdote plenamente. Él fue una «luz que brilló en la oscuridad»; cautivó porque su llama iluminó como una lámpara la gran casa del mundo.
Es propio del hombre buscar el significado de su vida. Tiene hambre por resolver los planteamientos fundamentales de su existencia y necesita una luz para guiarse en este empeño. Sólo con la ayuda de Dios los anhelos del hombre quedan satisfechos. Por eso es importante que cada hombre y mujer descubran el camino al que Dios les ha llamado y cultiven así el fuego de su vocación.